Hoy necesito sentir en mi piel el aire helado que sentimos
cuando cae la nieve.
Esa especie de sequedad fría y pálida que se purifica en los pulmones.
Despertarme una mañana y encontrarme con ese paisaje
igualado por tanto blanco
que te deja sin respirar, con el espíritu maravillado por esa magia que, de un momento a otro,
te llevó a una aldea diferente.
Porque el paisaje nevado nos retrotrae a leyendas de otras
vidas,
donde las chimeneas profundas de las casas de las hadas
resoplaban vida por dentro
mientras afuera sólo cabía la quietud del invierno…
… alegorías del interno que, cuando quieto por dentro, propaga savia
por doquier …
Yo no siento al blanco paisaje como un espejo de algarabía y
juegos, como tal vez, lo es para muchos…
Lo siento contemplativo, unificado y silente... muy íntimo
dentro de sí mismo.
Extraño el murmullo de los copos que caen, y se escuchan en
los techos como una melodía plena y muda.
Y el quedarse sin voz, admirando tanta pureza acumulada.
PAOLA
Bellísima descripción interna y externa del paisaje nevado en quietud, unicidad y blancura. Me elevó a lugares desconocidos y anhelados. Muy hermoso Paola, las palabras sobran... sólo atesorar la vibración de tu Espìritu en el Alma Naciente...
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