No existía el aire, ni la tierra, ni el mar.
No existía el perfume de las flores
ni el aroma de los vientos.
No estaban a la vista los dioses ni los hombres.
Ni el adentro ni el afuera.
Ni el arriba ni el abajo.
Ni lo bueno, ni lo malo.
No llorábamos. Ni reíamos.
No estábamos apurados por llegar.
Ni importaba dónde llegar.
Ni con quién.
Ni por qué.
No estabas vos, ni él, ni yo.
No éramos ni el chocolate, ni el café, ni los héroes, ni los verdugos.
No sabíamos. No ignorábamos.
Sólo era El Eterno Abismo.
Y era El Padre, presente en el Perpetuo Crepúsculo.
En un solo instante se dividió la Nada. Y se hizo el frío y la oscuridad.
Y se formó la luz y el calor.
Y ya dejamos de Ser para Estar.
Y para Parecer.
El vapor se elevó de los eternos hielos envenenados y contaminó a hombres y bestias.
Y cada capa formó un velo que nos ocultaba.
A nosotros. Y al Padre.
Y surgieron los dioses. Odín. Y Thor. La guerra y la desolación.
Y comenzó el hambre y los triunfos.
Y las risas y el goce.
La sensualidad y la traición.
El amor y el desamor.
Los lobos y la Luna.
...millones de eones acontecieron...
Es hora de volver a Ginnunga...
PAOLA
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