
Los hombres rojos, cual soldados en guerra, marchan llevando el compás de la tierra.
Y nosotros, los pálidos topos, preguntamos que estará pasando allá afuera...
Es que el cielo despejado de octubre ha reavivado llamas en las cumbres sigilosas.
Y el silencio se apodera de los buenos. Los que callan. Los que escuchan. Los que oran.
Ellos necesitan del fuego para poder subir la cuesta.
El fuego que limpia. Que allana el camino.
Devorando espinas y a los pastos indios.
Fuego Hermano que fertiliza la tierra de manera noble y extraña.
Lo que destruye, limpia. Lo que arrasa, purifica...
Los de abajo miramos subir al fuego con temor.
Parece tan insondable.
Las llamas se levantan majestuosas y puras hacia un cielo de negrura infinita.
Su rojo infierno se apodera de los montes.
Inexplicable. Alucinado. Imparable.
Como siempre, el hombre quiere detenerlo.
Y detiene, sin saberlo, su propia expiación...
PAOLA
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