Recorro mentalmente las carreteras de mi vida y te encuentro muy cerca de los principios…
Era una niña apenas, a pesar de que tal vez, para otros, ya no lo era.
Sentí tu pequeña humanidad acercándose a mi alma, palpitando por vivir,
pidiéndome el permiso necesario para entrar.
Lo supe, apenas entraste en mi vida, lo supe.
Supe que eras vos y que tu nombre sería el mismo que había soñado.
Y tu vida adquirió forma e, increíblemente, le dio forma definitiva a la mía.
Pasaron muchos días, desde aquel en que naciste y nací.
Muchas horas y muchas sensaciones.
La sangre que llama y ata y al mismo tiempo que libera.
Los preciados momentos compartidos y los que se esfumaron con el transcurrir de las horas.
Desde que te pusieron en mi regazo supe que no me pertenecías.
Qué eras un ave libre y totalmente independiente de mí.
Y te miraba asombrada, viéndote como crecías lejos de mi sombra.
Y te amé. Simplemente. Y tanto.
Porque sentí que era lo único que podía llegar a darte, en realidad.
Independiente de mí. Y de tantos otros.
Ferozmente soberano.
Y al mismo tiempo, tan vulnerable y cálido.
Tan maravillosamente humano.
Tan humanamente sensible.
Despegaste de mis brazos hace mucho tiempo.
Aprendiste a caminar solo hace tantos años....
Siglos, parecen.
Y ese despegue fue tan grandioso y tan alto
que hoy te lleva a recorrer nuevos y frondosos caminos de amor y de frutales sensaciones.
Y yo, desde el llano veo elevarte, hermoso niño mío.
Y, como antaño, sólo alzo mi ruego para que tu vuelo sea cada día más profundo,
más libre y más feliz.
PAOLA